No hay duda, la mejor época de la vida es cuando eres estudiante. Siempre acompañado de los amigos, la universidad era como nuestro segundo hogar: reíamos, llorábamos, amábamos, odiábamos y aprendíamos juntos en aquel recinto sagrado. No teníamos mayores preocupaciones que acreditar las suficientes materias para no quedar fuera de reglamento, o al menos así era como yo percibía mi vida. Ahora uno tiene mas responsabilidades, el trabajo, pagar las cuentas, que si el buró de crédito, no atrasarse en las mensualidades del auto, etc.
Pero no vale la pena tratar asuntos cotidianos y fastidiosos en este espacio, prefiero recordar aquella época donde estaba más cerca de los 20, que platicar de estos días que acaricio los 30. Mis amigos y yo no teníamos ni una arruga, el sobrepeso no era tan notorio y las parrandas podían durar durante varios días sin que la fatiga hiciera estragos en los festejos. No teníamos mucho dinero para comprar cerveza suficiente para apagar nuestras gargantas sedientas, pero nos sobraba tiempo, buen humor y mucha, pero mucha calentura.
Trabajé muchas horas en el turno nocturno en una fábrica de chocolates, la paga era muy mala, pero me desquitaba robándome mercancía para regalar a las féminas que pretendía. Al fin y al cabo conservar el trabajo no me importaba mucho, pues mis padres aún me mantenían y el dinero que ganaba lo gastaba prácticamente en bebidas alcohólicas y cigarros. Todo era diversión y libertad.
Fin del quinto semestre, hora de pedir vacaciones en mi trabajo y aventurarme al tradicional viaje de fin de semestre con mis amigos de la escuela. Sexo, mucho alcohol y rock & roll es lo que esperamos ansiosos de esta aventura en Oaxtepec. Preparo mis mejores shorts y unas gafas negras para tirar rostro en el camino. La cita es en la terminal de autobuses de Taxqueña a las 4 p.m. Que raro, el semestre pasado íbamos en el mismo viaje al menos unos siete u ocho, pero a esta cita solo llegaron un par de amigos y una compañerita. Pero no me importa, nada de lo que suceda me quitarán las ganas de beber hasta desvanecerme en delirios inducidos por el alcohol.
El viaje no fue largo pero si muy divertido, destapamos algunas botellas de vino y bebimos gustosos todos al compás de nuestras rolas favoritas “Vamos a ponernos marihuanos, y todos todos juntos, nos las vamos a tronar. Vamos con las caguamas en las manos, y todos todos jutos, nos las vamos a chupar”. Noto en mi peculiar compañera que casualmente se sentó a mi lado, un rubor originado por el recién estado etílico en el que nos sumergimos poco a poco. Al llegar al hotel hacía frío y estaba lloviendo. Muy raro que en esta parte del país el tiempo no sea favorable a los bañistas que vienen todo el año. Este clima en verdad nos sorprendió, no veníamos preparados con abrigos, así que decido abrazar a mi compañera para aliviarle el frío, cuando me percaté que sus gruesos y carnosos labios comenzaban a tornársele morados.
Por fin llegamos al cuarto, destapamos otra botella de tequila para calmar el frío y la temblorina que se ha apoderado de nuestros cuerpos. Repentinamente mi compañera vuelve a pegar su delgado cuerpo junto al mío: es agradable sentir calor humano en estas condiciones climáticas. Todos comenzamos a charlar y a reír como era nuestra costumbre. Una larga noche nos esperaba llena de carcajadas y buenas ocurrencias. Pero antes de continuar, mis compañeros deciden salir a recorrer el hotel, ahora que dejó de llover. Yo no decido acompañarlos por que no quiero tropezar en los jardines del hotel debido a los mareos que provoca el alcohol en mi sangre.
- Ya se me quitó el frío compañerito. - me dijo mi amiga una vez que estuvimos solos.
- A mi también, pero es agradable rodearte con mis brazos. – Fueron las palabras que mis labios escupieron sin pensar.
- Ji ji ji compañerito, apaga la luz.
Ella se sonrojó mas, yo no podía creer lo que nos habíamos dicho. Tanta audacia en mi no es normal. De pronto toda mi atención se tornó en sus suaves y voluminosos labios. Ella se dió cuenta que me tenía embrujado y estuvimos algunos segundos apenados en silencio, hasta que el chasquido producido por un dulce y apasionado beso rompió la calma en el cuarto. Fue un momento cálido y mágico. Mi piel comenzó a tornarse chinita y hasta la borrachera se me bajó. Comencé a acariciar su cuello con mis manos, nos pusimos de pie y ella se aferró a mi cintura. La temperatura iba en aumento, podía sentir como sus pulsos cardiacos se aceleraban y su respiración se agitaba. Nuestras lenguas se entrelazaban como dos amantes que se abrazan con tal ansiedad que se vuelven uno mismo. El sudor comenzó a brotar de nuestros sensuales y ardientes cuerpos. De pronto ella me sorprendió: dio un paso atrás para quitarme la camisa y posó sus manos sobre mi nuca, acercándome nuevamente a ella para restregar sus senos en mi pecho. Mi sangre comenzó a hervir, unas incontrolables ganas de tocarla me invadieron, pero ella nuevamente tomó la delantera: comenzó a bajar su mano derecha lentamente por toda mi espalda con una delicadeza inigualable, tropezando en su camino con algunos de mis barros que explotaban al contacto hasta toquetear mis glúteos. Quería poseerla. Ella usaba una pequeñita, ajustada y escotada blusa que con el sudor y sin ropa interior dejaba poco a la imaginación. Erotizado por la imagen de su torso, comencé a mordisquear sus pezones duros sobre su delgada y sudada blusa, ¡Dios mío que senos! Nunca había sentido unos pechos así... tan escasos. Podía sentir sus costillas al acariciar sus pezones rígidos y excitados. Poco a poco, los besos que alguna vez fueron tiernos y apasionados se convirtieron en salvajes y lujurientos. Sentía como un animal crecía en mi, listo para saciar los mas bajos y cochinos instintos. Al ver su mirada maliciosa, supe inmediatamente que ella sentía la misma ansiedad, y lo confirmé cuando sentí su mano en mi entrepierna.
Mi cabeza comenzó a dar vueltas de placer. Mi vientre comenzó a moverse al compás de sus masajes carnales. Mientras ella se divertía besándome y tratando de encontrar mis genitales, yo me deleitaba acariciando los finos y largos bellos de sus tristemente y mal logrados glúteos. Nuestros cuerpos comenzaron a danzar al ritmo de la música del pecado, bruscamente despojé a mi compañera de sus pantalones, que aunque intentaban estar ajustados, sus carnes mal nutridas no permitían tal cosa. Ahora si pude recorrer sus piernas con mi hambrienta y caliente lengua. Nuestras manos se confundían con la piel más íntima de nuestros cuerpos, no sabíamos donde comenzaba uno y terminaba el otro. Aún cierro los ojos y recuerdo su pequeña tanga, sensual y diminuta, tan diminuta que por los lados se salían los bellos púbicos cual selva amazónica inexplorada. Aquello era una explosión de deseos. Quería volverla loca de placer, que me recordara para siempre como su mejor amante. Yo me sentía como un lobo hambriento que babea y pelea por un trozo de carne.
Besaba sus senos, mientras con mis dedos jugueteaba entrando en ella. Lentamente me fui bajando, dejando un fino camino de saliva por todo su vientre hasta llegar al punto en que ella empezó a gemir tan fuerte que estaba seguro que nuestros vecinos de cuarto estarían tocándose al escuchar la sinfónica pasional que mi compañera orquestaba. Me tomó fuertemente de las orejas mientras mi lengua jugueteaba con su clítoris como un lindo gatito juega con su bola de estambre. Ella no aguantó más y se vino, se vino tan fuerte como nunca se había venido, gritó y gritó, al grado de ensordecerme por algunos instantes. Una lluvia de fluidos femeninos inundó mi boca, saciando la sed de sexo que dominaba mis instintos.
El verla revolcar me hizo calentarme aún más. Ahora quería penetrarla. Quería tomarla de los hombros y poseerla como lo hacen los perros, en la misma posición pero jadeando y babeándola aún más, quería que ella sintiera mis siete centímetros de virilidad atravesando toda su alma sin descanso y sin piedad. Pero repentinamente ella se disculpó y se dirigió al rápidamente al baño. Pude escuchar como vomitaba a través de la puerta. Pensé que todo había terminado y me puse mi playera, pues el tequila estaba haciendo estragos en su estómago. Después de algunos segundos ella salió del baño y pude deleitar mi pupila al contemplar su completa desnudes, que aunque no era muy bella ni estética ni femenina, a mi me bastaba para desearla con pasión. Al ver su cara de felicidad supe que era mi turno de tener un orgasmo, y lo confirmé cuando de su boca (aún con residuos de la comida que acababa de vomitar) salieron las palabras: “Ji ji ji compañerito, me toca devolverte el favor”.
Entendí que no iba a poder penetrarla en ese instante pues ninguno de los dos estábamos preparados con protección para poder copular tranquilamente, así que tuve que conformarme con la idea de que mi orgasmo sería vía “oral”, igual que el de ella. No me preocupé mucho, pues teníamos todo el fin de semana para comprar condones y así terminar lo que habíamos comenzado en esa loca noche de luna llena.
Perdí el control, se me vino a la cabeza la idea de que ella me defecara encima, quería llenar mi cuerpo de cualquier secreción que ella pudiera brindarme. Deseaba enfermamente asfixiarme con su orina en mi boca. Estuve tentado a pedírselo pero mi sentido común que me dictaba no hacerlo me detuvo, pues era demasiado pronto para tan atrevida y pervertida petición.
Ella caminó lentamente hacia mí, se recostó en la cama y me quedé paralizado, comenzó a besarme las rodillas, jadeante y cachonda, fue subiendo con suavidad. Un hormigueo se apoderó de mi vientre. Comenzó a besarme con delicadeza mi miembro, y poco a poco le fue perdiendo el asco, hasta que yo sentía su boca rodear por completo mi pene, humedeciéndolo cálidamente como lo hacen las olas del mar a la playa... una hola tras otra. Mientras la sujetaba con fuerza del cabello, mi mente se quedó en blanco. Las olas comenzaron a arreciar. Mi corazón se detuvo por un momento, era el momento que estaba esperando toda la noche, sentí como si un flash me deslumbrara la mirada. En efecto, eran mis dos compañeros que habían regresado de su paseo por el hotel, y al escuchar los gritos que emanaba nuestra habitación decidieron regresar con la cámara fotográfica preparada para sorprendernos infraganti.
Mi compañera sexual se dio cuenta antes que yo de que abrían la puerta de la habitación y alcanzó a taparse con las sabanas húmedas de la cama gritando “ji ji ji compañeritos”. No siendo mi suerte tan distinta, alcancé a tapar mis pequeñas partes íntimas con una toalla, y fui extorsionado por mis compañeros: ellos guardarían el secreto que almacenaba la cámara fotográfica por 5 años si yo les invitaba la cena esa noche... tremendos tragones me quedé sin dinero y el plazo al día de hoy se ha vencido.
Pero no vale la pena tratar asuntos cotidianos y fastidiosos en este espacio, prefiero recordar aquella época donde estaba más cerca de los 20, que platicar de estos días que acaricio los 30. Mis amigos y yo no teníamos ni una arruga, el sobrepeso no era tan notorio y las parrandas podían durar durante varios días sin que la fatiga hiciera estragos en los festejos. No teníamos mucho dinero para comprar cerveza suficiente para apagar nuestras gargantas sedientas, pero nos sobraba tiempo, buen humor y mucha, pero mucha calentura.
Trabajé muchas horas en el turno nocturno en una fábrica de chocolates, la paga era muy mala, pero me desquitaba robándome mercancía para regalar a las féminas que pretendía. Al fin y al cabo conservar el trabajo no me importaba mucho, pues mis padres aún me mantenían y el dinero que ganaba lo gastaba prácticamente en bebidas alcohólicas y cigarros. Todo era diversión y libertad.
Fin del quinto semestre, hora de pedir vacaciones en mi trabajo y aventurarme al tradicional viaje de fin de semestre con mis amigos de la escuela. Sexo, mucho alcohol y rock & roll es lo que esperamos ansiosos de esta aventura en Oaxtepec. Preparo mis mejores shorts y unas gafas negras para tirar rostro en el camino. La cita es en la terminal de autobuses de Taxqueña a las 4 p.m. Que raro, el semestre pasado íbamos en el mismo viaje al menos unos siete u ocho, pero a esta cita solo llegaron un par de amigos y una compañerita. Pero no me importa, nada de lo que suceda me quitarán las ganas de beber hasta desvanecerme en delirios inducidos por el alcohol.
El viaje no fue largo pero si muy divertido, destapamos algunas botellas de vino y bebimos gustosos todos al compás de nuestras rolas favoritas “Vamos a ponernos marihuanos, y todos todos juntos, nos las vamos a tronar. Vamos con las caguamas en las manos, y todos todos jutos, nos las vamos a chupar”. Noto en mi peculiar compañera que casualmente se sentó a mi lado, un rubor originado por el recién estado etílico en el que nos sumergimos poco a poco. Al llegar al hotel hacía frío y estaba lloviendo. Muy raro que en esta parte del país el tiempo no sea favorable a los bañistas que vienen todo el año. Este clima en verdad nos sorprendió, no veníamos preparados con abrigos, así que decido abrazar a mi compañera para aliviarle el frío, cuando me percaté que sus gruesos y carnosos labios comenzaban a tornársele morados.
Por fin llegamos al cuarto, destapamos otra botella de tequila para calmar el frío y la temblorina que se ha apoderado de nuestros cuerpos. Repentinamente mi compañera vuelve a pegar su delgado cuerpo junto al mío: es agradable sentir calor humano en estas condiciones climáticas. Todos comenzamos a charlar y a reír como era nuestra costumbre. Una larga noche nos esperaba llena de carcajadas y buenas ocurrencias. Pero antes de continuar, mis compañeros deciden salir a recorrer el hotel, ahora que dejó de llover. Yo no decido acompañarlos por que no quiero tropezar en los jardines del hotel debido a los mareos que provoca el alcohol en mi sangre.
- Ya se me quitó el frío compañerito. - me dijo mi amiga una vez que estuvimos solos.
- A mi también, pero es agradable rodearte con mis brazos. – Fueron las palabras que mis labios escupieron sin pensar.
- Ji ji ji compañerito, apaga la luz.
Ella se sonrojó mas, yo no podía creer lo que nos habíamos dicho. Tanta audacia en mi no es normal. De pronto toda mi atención se tornó en sus suaves y voluminosos labios. Ella se dió cuenta que me tenía embrujado y estuvimos algunos segundos apenados en silencio, hasta que el chasquido producido por un dulce y apasionado beso rompió la calma en el cuarto. Fue un momento cálido y mágico. Mi piel comenzó a tornarse chinita y hasta la borrachera se me bajó. Comencé a acariciar su cuello con mis manos, nos pusimos de pie y ella se aferró a mi cintura. La temperatura iba en aumento, podía sentir como sus pulsos cardiacos se aceleraban y su respiración se agitaba. Nuestras lenguas se entrelazaban como dos amantes que se abrazan con tal ansiedad que se vuelven uno mismo. El sudor comenzó a brotar de nuestros sensuales y ardientes cuerpos. De pronto ella me sorprendió: dio un paso atrás para quitarme la camisa y posó sus manos sobre mi nuca, acercándome nuevamente a ella para restregar sus senos en mi pecho. Mi sangre comenzó a hervir, unas incontrolables ganas de tocarla me invadieron, pero ella nuevamente tomó la delantera: comenzó a bajar su mano derecha lentamente por toda mi espalda con una delicadeza inigualable, tropezando en su camino con algunos de mis barros que explotaban al contacto hasta toquetear mis glúteos. Quería poseerla. Ella usaba una pequeñita, ajustada y escotada blusa que con el sudor y sin ropa interior dejaba poco a la imaginación. Erotizado por la imagen de su torso, comencé a mordisquear sus pezones duros sobre su delgada y sudada blusa, ¡Dios mío que senos! Nunca había sentido unos pechos así... tan escasos. Podía sentir sus costillas al acariciar sus pezones rígidos y excitados. Poco a poco, los besos que alguna vez fueron tiernos y apasionados se convirtieron en salvajes y lujurientos. Sentía como un animal crecía en mi, listo para saciar los mas bajos y cochinos instintos. Al ver su mirada maliciosa, supe inmediatamente que ella sentía la misma ansiedad, y lo confirmé cuando sentí su mano en mi entrepierna.
Mi cabeza comenzó a dar vueltas de placer. Mi vientre comenzó a moverse al compás de sus masajes carnales. Mientras ella se divertía besándome y tratando de encontrar mis genitales, yo me deleitaba acariciando los finos y largos bellos de sus tristemente y mal logrados glúteos. Nuestros cuerpos comenzaron a danzar al ritmo de la música del pecado, bruscamente despojé a mi compañera de sus pantalones, que aunque intentaban estar ajustados, sus carnes mal nutridas no permitían tal cosa. Ahora si pude recorrer sus piernas con mi hambrienta y caliente lengua. Nuestras manos se confundían con la piel más íntima de nuestros cuerpos, no sabíamos donde comenzaba uno y terminaba el otro. Aún cierro los ojos y recuerdo su pequeña tanga, sensual y diminuta, tan diminuta que por los lados se salían los bellos púbicos cual selva amazónica inexplorada. Aquello era una explosión de deseos. Quería volverla loca de placer, que me recordara para siempre como su mejor amante. Yo me sentía como un lobo hambriento que babea y pelea por un trozo de carne.
Besaba sus senos, mientras con mis dedos jugueteaba entrando en ella. Lentamente me fui bajando, dejando un fino camino de saliva por todo su vientre hasta llegar al punto en que ella empezó a gemir tan fuerte que estaba seguro que nuestros vecinos de cuarto estarían tocándose al escuchar la sinfónica pasional que mi compañera orquestaba. Me tomó fuertemente de las orejas mientras mi lengua jugueteaba con su clítoris como un lindo gatito juega con su bola de estambre. Ella no aguantó más y se vino, se vino tan fuerte como nunca se había venido, gritó y gritó, al grado de ensordecerme por algunos instantes. Una lluvia de fluidos femeninos inundó mi boca, saciando la sed de sexo que dominaba mis instintos.
El verla revolcar me hizo calentarme aún más. Ahora quería penetrarla. Quería tomarla de los hombros y poseerla como lo hacen los perros, en la misma posición pero jadeando y babeándola aún más, quería que ella sintiera mis siete centímetros de virilidad atravesando toda su alma sin descanso y sin piedad. Pero repentinamente ella se disculpó y se dirigió al rápidamente al baño. Pude escuchar como vomitaba a través de la puerta. Pensé que todo había terminado y me puse mi playera, pues el tequila estaba haciendo estragos en su estómago. Después de algunos segundos ella salió del baño y pude deleitar mi pupila al contemplar su completa desnudes, que aunque no era muy bella ni estética ni femenina, a mi me bastaba para desearla con pasión. Al ver su cara de felicidad supe que era mi turno de tener un orgasmo, y lo confirmé cuando de su boca (aún con residuos de la comida que acababa de vomitar) salieron las palabras: “Ji ji ji compañerito, me toca devolverte el favor”.
Entendí que no iba a poder penetrarla en ese instante pues ninguno de los dos estábamos preparados con protección para poder copular tranquilamente, así que tuve que conformarme con la idea de que mi orgasmo sería vía “oral”, igual que el de ella. No me preocupé mucho, pues teníamos todo el fin de semana para comprar condones y así terminar lo que habíamos comenzado en esa loca noche de luna llena.
Perdí el control, se me vino a la cabeza la idea de que ella me defecara encima, quería llenar mi cuerpo de cualquier secreción que ella pudiera brindarme. Deseaba enfermamente asfixiarme con su orina en mi boca. Estuve tentado a pedírselo pero mi sentido común que me dictaba no hacerlo me detuvo, pues era demasiado pronto para tan atrevida y pervertida petición.
Ella caminó lentamente hacia mí, se recostó en la cama y me quedé paralizado, comenzó a besarme las rodillas, jadeante y cachonda, fue subiendo con suavidad. Un hormigueo se apoderó de mi vientre. Comenzó a besarme con delicadeza mi miembro, y poco a poco le fue perdiendo el asco, hasta que yo sentía su boca rodear por completo mi pene, humedeciéndolo cálidamente como lo hacen las olas del mar a la playa... una hola tras otra. Mientras la sujetaba con fuerza del cabello, mi mente se quedó en blanco. Las olas comenzaron a arreciar. Mi corazón se detuvo por un momento, era el momento que estaba esperando toda la noche, sentí como si un flash me deslumbrara la mirada. En efecto, eran mis dos compañeros que habían regresado de su paseo por el hotel, y al escuchar los gritos que emanaba nuestra habitación decidieron regresar con la cámara fotográfica preparada para sorprendernos infraganti.
Mi compañera sexual se dio cuenta antes que yo de que abrían la puerta de la habitación y alcanzó a taparse con las sabanas húmedas de la cama gritando “ji ji ji compañeritos”. No siendo mi suerte tan distinta, alcancé a tapar mis pequeñas partes íntimas con una toalla, y fui extorsionado por mis compañeros: ellos guardarían el secreto que almacenaba la cámara fotográfica por 5 años si yo les invitaba la cena esa noche... tremendos tragones me quedé sin dinero y el plazo al día de hoy se ha vencido.
By Ezze Osbourne.
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