“Te tengo que superar” fueron las palabras que dedicó mi hermano a mi prima el día en que ella se graduó de secundaria con promedio de 10 perfecto y su escuela le hacía una ceremonia en honor a tan excelente nivel de aprovechamiento. “¿Piensas obtener un once?”, algunos de los presentes rieron ante la soberbia de mi hermano Floripondio, otros cuantos se mostraron molestos en silencio ante tanta presunción. El ambiente se tornó tenso y brotó en mi hermano un espíritu competitivo como nunca había existido en la familia.
Mi hermano y yo somos tan diferentes, el es orgulloso, ambicioso y soberbio. En cambio yo no me tomo la vida tan en serio, soy más alegre y simpático. Aunque la diferencia de edades es grande, ya que él es diez años mayor que yo, nosotros nos llevamos muy bien, el me cuida mucho y me conciente, pasamos muchas tardes juntos corriendo por el campo y disfrutando de las flores que la naturaleza nos regala día a día: aromas, sensaciones y colores llenan nuestros corazones de alegría cada vez que salimos al campo. Mi hermano Floripondio parece volar a través de los vientos como un pequeño y travieso colibrí, en cambio yo, soy más delicado, me gusta disfrutar del paisaje con gran calma y tranquilidad, como si fuera una bella mariposa recolectando el polen de los narcisos (la flor favorita de mi hermano) que embellecen el pueblo en el que crecimos. En ocasiones mi hermano y yo nos sentamos a platicar con los narcisos, es muy agradable fantasear que ellos nos responden.
“¡Florencio! Ven para acá” me gritaban dos de mis primos una tarde de diciembre que estaban de visita en la casa. Ellos, unos cinco años mayores que yo, querían divertirse conmigo, hojeaban aburridos una revista barata de farándula televisiva. Cuando me acerqué, me mostraron la revista, que mostraba varias imágenes de mujeres bellas y hombres apuestos. Inmediatamente me preguntaron quién de las personas mostradas en las páginas me gustaba mas, cuando de pronto reconocí a un hombre que había visto antes en la tele, a lo que lo señalé y dije con mi voz tierna e infantil “Eduardo Capetillo”. Federico y Poncho Junior rieron inmediatamente, por lo que comprendí que no era el tipo de respuesta que ellos esperaban. Después de 5 minutos de risas y burlas, dieron vuelta a la página e hicieron la misma pregunta. Yo señalé a Talía. “¿Te gusta Talía?” me cuestionaron sorprendidos, no sabía que decir, me sentía confundido, por lo que respondí “No, me gusta el vestido de florecitas que lleva puesto”.
Durante un par de días mis primos se la pasaron molestando diciéndome cosas que yo ni entendía. Me di cuenta que Federico y Ponchito eran malintencionados, burlones, y lo único que daba tranquilidad a sus corazones era molestar y humillar al prójimo: sigo sin entender esa conducta que desde mi punto de vista es destructiva y enferma. Recuerdo mucho el amargo capítulo que me hicieron pasar mis primos, ellos decían que iban a predecir mi futuro por medio de una baraja, yo estaba incrédulo: “Vas a tener mucho dinero” dijo Federico cuando saqué una carta de la baraja que tenía pintadas unas monedas, una emoción inesperada me dibujó una enorme sonrisa de orejota a orejota, pero duró poco “Vas a ser un borracho”, dijo Ponchito cuando saqué la carta de copas. Finalmente me alejé de ellos llorando cuando saqué la carta de garrotes y me dijeron que me iban a golpear con palos en la cantina. Conté lo sucedido a mi hermano, y él, muy molesto, juró venganza...
“Los reto a un duelo de básquetbol”, dijo mi hermano a mis malvados primos. “No te preocupes hermanito, los venceré en el juego y quedarán humillados, pronto beberemos del dulce néctar de la venganza, así como los pajaritos beben del néctar de las flores” me dijo mi hermano confiado. El juego comenzó, la dura batalla eterna entre el bien y el mal se producía en las canchas del pueblo, Floripondio entregaba todo su corazón en el partido del siglo. Los minutos pasaban, el sudor empapaba el suelo de la cancha, el balón iba de un lado para otro, pero extrañamente el marcador seguía en ceros, nadie había encestado. Cuando mi hermano se dio cuenta, inmediatamente rompió en llanto: mis diabólicos primos, solo se estaban divirtiendo con él, se pasaban el balón entre ellos por los aires, jugando al “gato”, aprovechando los 20 centímetros que a su temprana edad ya superaban a mi hermano. Federico y Ponchito, al ver la rabia, desesperación y llanto de Floripondio, rieron aún más hasta revolcarse en el suelo lleno de sudor. Mi hermano y yo nos retiramos inmediatamente del lugar.
Desde ese día, el orgullo hizo que Floripondio dejara de dirigirles la palabra a mis primos por algunos años, es comprensible pues mi pobre hermanito era un niño de apenas de 21 años, y mis malvados primos ya tenían 15 años. Con el tiempo Floripondio maduró, poco a poco se fue convirtiendo en un hombre exitoso, poderoso, brillante y carismático. Se ha comido al mundo con sus propias manos, y lo ha recorrido un sin fin de veces. Su gran pasión continúa intacta, fotografiando todas las especies de flores existentes alredededor del orbe, aunque, de vez en cuando, los narcisos todavía lo hacen llorar, y como se le hizo costumbre, les deja de hablar...
Mi hermano y yo somos tan diferentes, el es orgulloso, ambicioso y soberbio. En cambio yo no me tomo la vida tan en serio, soy más alegre y simpático. Aunque la diferencia de edades es grande, ya que él es diez años mayor que yo, nosotros nos llevamos muy bien, el me cuida mucho y me conciente, pasamos muchas tardes juntos corriendo por el campo y disfrutando de las flores que la naturaleza nos regala día a día: aromas, sensaciones y colores llenan nuestros corazones de alegría cada vez que salimos al campo. Mi hermano Floripondio parece volar a través de los vientos como un pequeño y travieso colibrí, en cambio yo, soy más delicado, me gusta disfrutar del paisaje con gran calma y tranquilidad, como si fuera una bella mariposa recolectando el polen de los narcisos (la flor favorita de mi hermano) que embellecen el pueblo en el que crecimos. En ocasiones mi hermano y yo nos sentamos a platicar con los narcisos, es muy agradable fantasear que ellos nos responden.
“¡Florencio! Ven para acá” me gritaban dos de mis primos una tarde de diciembre que estaban de visita en la casa. Ellos, unos cinco años mayores que yo, querían divertirse conmigo, hojeaban aburridos una revista barata de farándula televisiva. Cuando me acerqué, me mostraron la revista, que mostraba varias imágenes de mujeres bellas y hombres apuestos. Inmediatamente me preguntaron quién de las personas mostradas en las páginas me gustaba mas, cuando de pronto reconocí a un hombre que había visto antes en la tele, a lo que lo señalé y dije con mi voz tierna e infantil “Eduardo Capetillo”. Federico y Poncho Junior rieron inmediatamente, por lo que comprendí que no era el tipo de respuesta que ellos esperaban. Después de 5 minutos de risas y burlas, dieron vuelta a la página e hicieron la misma pregunta. Yo señalé a Talía. “¿Te gusta Talía?” me cuestionaron sorprendidos, no sabía que decir, me sentía confundido, por lo que respondí “No, me gusta el vestido de florecitas que lleva puesto”.
Durante un par de días mis primos se la pasaron molestando diciéndome cosas que yo ni entendía. Me di cuenta que Federico y Ponchito eran malintencionados, burlones, y lo único que daba tranquilidad a sus corazones era molestar y humillar al prójimo: sigo sin entender esa conducta que desde mi punto de vista es destructiva y enferma. Recuerdo mucho el amargo capítulo que me hicieron pasar mis primos, ellos decían que iban a predecir mi futuro por medio de una baraja, yo estaba incrédulo: “Vas a tener mucho dinero” dijo Federico cuando saqué una carta de la baraja que tenía pintadas unas monedas, una emoción inesperada me dibujó una enorme sonrisa de orejota a orejota, pero duró poco “Vas a ser un borracho”, dijo Ponchito cuando saqué la carta de copas. Finalmente me alejé de ellos llorando cuando saqué la carta de garrotes y me dijeron que me iban a golpear con palos en la cantina. Conté lo sucedido a mi hermano, y él, muy molesto, juró venganza...
“Los reto a un duelo de básquetbol”, dijo mi hermano a mis malvados primos. “No te preocupes hermanito, los venceré en el juego y quedarán humillados, pronto beberemos del dulce néctar de la venganza, así como los pajaritos beben del néctar de las flores” me dijo mi hermano confiado. El juego comenzó, la dura batalla eterna entre el bien y el mal se producía en las canchas del pueblo, Floripondio entregaba todo su corazón en el partido del siglo. Los minutos pasaban, el sudor empapaba el suelo de la cancha, el balón iba de un lado para otro, pero extrañamente el marcador seguía en ceros, nadie había encestado. Cuando mi hermano se dio cuenta, inmediatamente rompió en llanto: mis diabólicos primos, solo se estaban divirtiendo con él, se pasaban el balón entre ellos por los aires, jugando al “gato”, aprovechando los 20 centímetros que a su temprana edad ya superaban a mi hermano. Federico y Ponchito, al ver la rabia, desesperación y llanto de Floripondio, rieron aún más hasta revolcarse en el suelo lleno de sudor. Mi hermano y yo nos retiramos inmediatamente del lugar.
Desde ese día, el orgullo hizo que Floripondio dejara de dirigirles la palabra a mis primos por algunos años, es comprensible pues mi pobre hermanito era un niño de apenas de 21 años, y mis malvados primos ya tenían 15 años. Con el tiempo Floripondio maduró, poco a poco se fue convirtiendo en un hombre exitoso, poderoso, brillante y carismático. Se ha comido al mundo con sus propias manos, y lo ha recorrido un sin fin de veces. Su gran pasión continúa intacta, fotografiando todas las especies de flores existentes alredededor del orbe, aunque, de vez en cuando, los narcisos todavía lo hacen llorar, y como se le hizo costumbre, les deja de hablar...
By Ezze Osbourne.
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